Hace algunos años regresando de dar una capacitación en Comodoro Rivadavia (ciudad en el Sur de Argentina), luego de un retraso en el vuelo de cinco horas y media, tuve “la fortuna” de ocupar el asiento del medio de la última fila del avión, sin acceso al pasillo ni acceso a la ventana.
Los que alguna vez ocuparon ese sitio estarán de
acuerdo conmigo en que no es el mejor lugar para viajar; por un lado el ruido
de los motores es tan elevado que no te deja dormir, por el otro, los asientos
no son reclinables, de modo que cuando los que están delante de uno se
reclinan, uno puede sentirse realmente “atrapado”.
No había terminado de sentarme, pensando que la
situación no podía empeorar, cuando veo llegar a uno de los que sería mi
compañero de sitio. De unos 50 años, llegó gritando y vociferando su
descontento por su ubicación; a esto habría que agregar que muy posiblemente
medía 1.90 mts. y pesaba unos 140 kilos.
Es curioso cómo una situación que aparentemente puede
parecer desastrosa puede tornarse en interesante y provechosa. Lo cierto es
que, no sólo disfruté del viaje de dos horas y media, también se me hizo
bastante corto. Debo confesar que cuando llegué a Buenos Aires estaba
agradecido por dicha experiencia, ya que me dejó un importante aprendizaje.
Algo que comenté al inicio de esta historia es que por
mi ubicación iba a tener dos compañeros de viaje, un al lado del pasillo y el
otro al lado de la ventana; de modo que me quedaba la esperanza de que la otra
persona sea más agradable, y resultó ser más que eso.
A los minutos llegó un chico de unos 27 años llamado
Martín con una sonrisa de oreja a oreja, parecía divertirse con la ubicación
que le había tocado ocupar. En muy poco tiempo me encontré inmerso en una
animada conversación con él. Me
sorprendió mucho la transparencia que mostraba en todo momento, así como la
facilidad con la que contaba sus cosas, incluso personales. En poco más de una
hora y media ya conocía su historia.
Lo que más me sorprendió de Martín era la actitud con
la que enfrentaba la vida, y en particular su trabajo. Una actitud de constante
aprendizaje, curiosidad y proactividad. En la última hora de vuelo me contó
sobre todas las ideas que había propuesto en su trabajo, muchas de las cuales
surgieron de la simple observación de la competencia y del entorno. La mayoría
de estas propuestas se implementaron, obteniendo resultados positivos; esto
junto con su actitud le permitieron ganarse el respeto del CEO y dueño de la
empresa. Martín a pesar de su corta edad cuenta ya con responsabilidades que afectan
mucho a los resultados económicos de la compañía. No creo equivocarme en pensar
que el CEO tiene planes mayores para él.
Martín todavía tiene mucho por aprender, y es
consciente de ello, sin embargo tiene lo más importante: LA ACTITUD CORRECTA
respecto a su trabajo y a la vida. Decidió asumir una actitud proactiva y
positiva, permitiéndose tener un mayor control en los resultados que alcanza en
su vida.
Este viaje me permitió recordar y experimentar la
importancia de la actitud en la vida. Durante las dos horas y media que pasé
conversando con Martín me olvidé por completo del ruido de los motores, de la
ubicación donde me encontraba dentro del avión y por supuesto del mal genio
del otro compañero de sitio.
La actitud es una elección, y puede ser contagiosa,
por lo que debes estar alerta. Es posible que en repetidas ocasiones te
encuentres rodeado de personas quejándose o lamentándose. No permitas
influenciarte negativamente por ellos, ellos no tienen la razón, ellos sólo ven
parte de la realidad. Toda situación que enfrentas se encuentra llena de
oportunidades que esperan ser descubiertas, las cuales agregarán gran valor a
tu vida, no las dejes pasar, encuéntralas.
Que tengas buena semana,
Escrito por Marcel Verand
Genial Marcel muy buena anotación, gracias
ResponderEliminarHola Marcel.
ResponderEliminarProvechoso viaje y excelente conclusión. una vez mas se comprueba que podemos aprender mucho de las pequeñas cosas.
Es cierto, parece ser una rémora que todos tenemos que aprender a superar, la tendencia a querer negar todo aquello que no transcurre según nuestros deseos y que por lo tanto produce cierta frustación. Invertimos energías ingentes en la queja, en percepciones de injusticia, cuando lo mejor que podemos hacer son únicamente dos cosas: 1- focalizarme ne que aspectos puedo cambiar y/o mejorar y cómo hacerlo y 2- como puedo gestionar la situación de la mejor manera posible en el caso de no poder hacer mucho por cambiarla ni mejorarla. En difinitiva, es difícil vivir sin actitud positiva. Adelante y ánimo.